En esta oportunidad les quiero
dedicar esta parte de mi Blog a mis hijas y nietos(as) la primera relación en
nuestra vida es con la madre, por eso es importante sanar esta hermosa relación
que establecemos cuando estamos en este plano ya que eso fue decidido antes de
encarnar.
A mis hijas a las que amo profundamente les
recomiendo sanen las relaciones si esto no se logra: jamás ninguna relación
puede funcionar en sus vidas. Mi gran maestra mi Madre que en gloria esta y a
la que sé que volveré a ver ya que nunca se ha ido de mí.
La relación con la madre es la
más significativa en nuestra vida, la base sobre la que se construyen todas las
demás relaciones. Con la madre fuimos uno cuando estuvimos en su vientre y
luego seguimos íntimamente unidos a ella durante la lactancia. El vínculo con
la madre es fundamental para la supervivencia.
El niño, la niña, se miran
literalmente en la madre, se ven en ella como si fuera un espejo. La madre
representa al mundo en su totalidad y lo que de él proviene.
Para la mujer, representa la
referencia del modelo femenino que puede reproducir o rechazar, la forma de ser
mujer, de vivir la femineidad y de ser madre. Para el hombre va a representar
el modelo de mujer por el que se va a sentir atraído o va a rechazar, es decir,
que condicionará su elección de pareja y la relación con ella, y mientras no
madure, seguirá siendo hijo… de su mujer.
En todo proceso terapéutico es
fundamental explorar la relación con la madre, con el padre también por
supuesto, pero la madre es la que nutre,
la que se ocupaba de las necesidades del niño o de la niña, la que daba
sostén. Si estuvo presente cuando se la necesitaba, si satisfizo sus
necesidades afectivas o si eran ignoradas, si veía a su hijo o a su hija por sí
mismos y no como una prolongación suya o
una carga.
Todos albergamos en nuestro
interior un niño herido que no fue amado incondicionalmente, que necesitó
protegerse del dolor por ser demasiado vulnerable. Congelamos muchos de
nuestros sentimientos y nos construimos una coraza defensiva para no sentir que
no éramos amados como necesitábamos. Para sanar esa herida es necesario tomar
contacto con el niño interior, ver dónde y de qué manera fue herido, localizar
ese dolor física y emocionalmente a fin de liberar la energía bloqueada.
Conectar con el dolor, la rabia,
la culpabilidad, la impotencia, la tristeza, reconocerlo, aceptarlo y de esta
manera, empezar a sanar.
Al reconocer al niño interior, al
tomar conciencia de su vulnerabilidad pueden surgir sentimientos de soledad,
vergüenza, carencia, sentirse rechazado en ciertos momentos. Hemos de darle
voz, dejar que llore, que exprese sus miedos y necesidades, y también sus
partes positivas, los sueños, deseos, intuiciones y creatividad, y abrazarlo
todo literalmente.
Hay niños buenos, niños
obedientes, reprimidos, asustados, niños que tratan de agradar a su madre,
niños que intentan ser perfectos, que niegan sus necesidades, niños que se
refugian en la mente y niños que viven en el mundo de Disney para evitar
sentir, hay niños rebeldes e insolentes que buscan llamar la atención que no
reciben.
Las heridas del niño y de la niña
pueden ser por sobreprotección, por exceso de valoración y halago, por
abandono, manipulación, comparación, miedo, rechazo, autoritarismo, exigencia,
engaño, desconexión, abusos…
Ahora bien, y este es el mensaje
que quiero trasmitir, las madres tienen también sus propias heridas y carencias
de infancia, sus condicionamientos y limitaciones, sus dificultades para amar
incondicionalmente y sostener al niño si ella misma no aprendió a sostenerse y
valorarse.
Una empieza a darse cuenta de la
complejidad de la maternidad cuando es madre, o al cabo del tiempo, al
reconocer su parte femenina.
Muchas veces se actúa con los
hijos justo al contrario de lo que se recibió… y también esto es perjudicial.
Necesitamos en primer lugar
reconocer nuestras heridas, ocuparnos de ellas y sanarlas, y eso lleva un
tiempo. Y también necesitamos perdonar a nuestra madre por lo que hizo o dejó
de hacer, perdonar el daño que nos causó sus miedos, su ansiedad, su
perfeccionismo, su auto-exigencia, su necesidad de quedar bien, el abandono de sus propias necesidades por
satisfacer la de otros. Perdonar su victimismo, su tristeza, su actitud
depresiva, su dolor no resuelto del pasado, lo que supuso para ella la falta de
amor y comprensión de nuestro padre, sus propias carencias de infancia, tal vez
la falta de madre o de padre y otros condicionamientos…
Ser capaces de ver el niño herido
también en nuestra madre, sus propias heridas de infancia, lo que nos lleva a
ser compasivos y aceptarla por completo, más allá de sus errores y
limitaciones.
Reconocer el bagaje familiar y la
transmisión del linaje y comprender que no puede ofrecernos nuestra madre aquello
que no tiene, que no le enseñaron o que no sabe cómo hacerlo.
Antes o después, y cuanto antes
mejor, llega el momento en el que hemos de perdonar, agradecer y valorar lo que
nuestra madre ha hecho por nosotros. Tomar lo que de ella proviene como un
legado, el que nos corresponde, el que pudo darnos, los fallos y también sus
dones. Cuando lo hacemos nos sentimos plenos y caminamos sobre la Tierra
bendecidos y merecedores de todo lo bueno.
Cuando no aceptamos, rechazamos
lo que ella nos dio, estamos negando y rechazando nuestros orígenes, y eso es
negarnos a nosotros mismos, lo que nos confunde y nos llena de dolor. Por un tiempo la rabia y
el resentimiento pueden darnos una falsa fuerza, como una especie de arrogancia
de creernos mejores que ella. Cuando uno no acepta a su madre no puede amarse
ni aceptarse a sí mismo.
Aceptarlo todo como fue porque, esa fue nuestra experiencia, ese fue el
aprendizaje familiar, lo que nos ha hecho ser lo que somos, nuestro legado
completo.
Honrarla y aceptarla como es nos
conduce a la paz y a la reconciliación. Más allá del dolor de nuestro niño
herido también está el dolor de nuestra madre y el dolor que nosotros hemos
añadido al rechazarla y juzgarla en ocasiones.
Un hijo sólo puede estar en paz
consigo mismo si se encuentra en paz con los padres, lo que significa que los
acepta y los reconoce como son. No es
posible decir: «esto lo tomo» y «esto lo rechazo».
Aceptar a los progenitores como
son es un proceso curativo en sí mismo, el alma de la persona siente alivio y
levedad. Quien rechaza a sus padres se rechaza a sí mismo.
Cuando un hijo reconoce y honra a
sus padres, se acepta íntegramente y se siente completo y en plenitud. Agradece
a la vida por un destino que te
pertenece y te sonríe. Tus padres te proporcionan la fuerza de la Tierra y la
conexión con el Cielo que necesitas para hacer realidad tus sueños, para
experimentar aquí donde ahora estás.
Con Amor..
Gracias, Gracias, Gracias.
Fuente: Semillas Solares
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